La sobreprotección que ejercen nuestros padres sobre nosotras nos arruina la vida. Desde que empecé a organizar viajes grupales de solo mujeres, me ha tocado reunirme con los padres de algunas integrantes. Y es que la idea de que sus hijas tomen un vuelo solas o viajen hasta la otra punta del mundo, sin importar que bordeen los 30 años, les aterra.
Acudo a estas reuniones con la mejor actitud porque los entiendo. Mis padres experimentaron este miedo, casi irracional, cuando empecé a viajar. La idea de que iba a estar sola en un país desconocido les aterraba. No importaba cuántos datos les brindara, si era un país considerado seguro, si era muy turístico, no importaba lo que les dijese porque finalmente ese lugar formaba parte del mundo que ellos conocían a través de las noticias.
Ese mundo sangriento, violento y malo con el que los medios lucran. Pornografía de la violencia me gusta llamarla. ‘’El mundo es peligroso’’. ‘‘La gente es mala’’. ‘‘No vayas sola’’. Eran frases que me repetían cada vez que les decía que quería conocer un nuevo destino.
La idea de que el mundo estaba lleno de riesgos, el hecho de que por ser mujer yo iba a estar más expuesta a ellos y su falta de experiencia como viajeros los obligaba a ejercer sobre mí el típico chantaje emocional para que yo cambie mis planes. ‘‘No puedo dormir de la preocupación’’. ‘‘Eres una mala hija, una egoísta’’. Fueron algunas de las frases que me tocó escuchar.
Evidentemente ningún padre toma esta posición tratando de perjudicar nuestras vidas, todo lo contrario. Quieren protegernos de cualquier riesgo, de cualquier escenario negativo que hayan creado en su cabeza. En conclusión, quieren evitar que seamos las protagonistas de la próxima noticia trágica que vean por televisión.
Lo entiendo, entiendo que sientan este miedo, pero quisiera hacerles un llamado a la siguiente reflexión. De la misma manera en la que imaginan escenarios negativos cuando sus hijas viajan solas, podrían imaginarse cómo sería la vida de sus hijas si no son seres autónomos. Imagínense cómo podría verse la vida de una mujer que no es independiente, que no sabe estar sola ni sabe tomar decisiones y mucho menos resolver problemas. Imagínense cómo se vería la vida de una mujer que no ha visto mundo, que no dimensiona que hay miles de millones de personas y que ni siquiera se siente capaz de tomar un vuelo sola.
Cultivar autonomía y competencia va más allá de ser independiente económicamente y exitosa en lo profesional. Si lo pensamos detenidamente, estamos rodeados de mujeres exitosas en sus profesiones haciendo mucho dinero, pero que igualmente cargan con historiales de dependencia emocional, vínculos conflictivos, relaciones construidas sobre violencia verbal, física y psicológica, búsqueda de validación externa y sensación de insuficiencia. La autonomía y la competencia va más allá de lo económico y lo profesional.
Viajar sola para mí ha sido un curso intensivo para cultivar autonomía y competencia. Ha sido la oportunidad perfecta para demostrarme que puedo tomar un vuelo hasta la otra punta del país o del mundo, que soy capaz de resolver problemas incluso en países donde no hablo el idioma, que puedo gestionar frustraciones, entrenar mi instinto y, por supuesto, me ha regalado mi mayor aprendizaje: la mayoría de las veces basta con mi propia compañía.
¿En qué se traduce esto en mi día a día? Desde que me atreví a viajar sola, me he convertido en una persona más resolutiva, no me cuesta dejar vínculos que me hacen daño o no me aportan, he aprendido a autogestionar mis emociones sin culpar a terceros, confío en mi instinto y, por ende, me es más fácil tomar decisiones. Lo más importante, disfruto tanto de estar conmigo misma que no dejo que cualquiera entre en mi vida.
La mayor muestra de amor es permitir que las personas que más amamos se desarrollen, a pesar de que esto nos genere conflicto. Ahí está el verdadero sacrificio, porque ser autónomo y competente es fundamental para ser feliz. Y me pregunto: ¿qué padre no quiere que su hija lo sea?